Liderazgo y Juventud (II Parte)


Por: Johanna Lastra

El liderazgo es una filosofía de vida, que va mucho más allá de lograr ser un reconocido político, un connotado académico, un afamado icono de los medios o el principal galardonado en una premiación importante.

Ser líder va mucho mas allá de abanderar una lucha “momentánea” en algún ámbito de nuestras vidas o detentar un cargo jerárquico que nos permita hacer valer nuestro poder en el ámbito social o laboral. Aunque claro esta, liderazgo y poder mucho tienen que ver.

En este sentido debemos recordar que en el vínculo liderazgo-poder, la fuerza, el dinero, la belleza, el conocimiento y la reputación, guardan una relación género-especie con respecto al poder.

Es importante tenerlo claro, ya que nos ayudará a comprender el fenómeno actual, proyectado por la creciente importancia que se le concede a estos criterios (fuerza, dinero, belleza, conocimiento y reputación) como formas de descollar socialmente y catapultar a un individuo al sitial de líder, dejando en muchas ocasiones, de lado los valores y convicciones como esa especie de poder duradera que antaño marcaba una reputación y distinguía a un individuo, convirtiéndolo en modelo o líder a seguir.

En la actualidad, lo realmente constitutivo del “ser” o dicho de otro modo, lo que constituye lo que “somos” ha dado paso a lo ficticio , a lo fabricado, a lo virtual, al “parecer por encima del ser”, confundiendo todo y arrastrándonos a todos a la masiva confusión que nos impulsa a creer que somos lo que parecemos.

La confusión entre “ser y parecer”, nos obnubila y lleva a creer que la mejor reputación es aquella respaldada por la mayor cantidad de cifras medias que posea el titular de una cuenta, los mejores rasgos y facciones de un rostro, la diversidad de títulos en una pared, los cargos importantes que abultan una hoja de vida, así como la calidad o la fuerza de las influencias que nos respaldan en un momento dado.

Lo antes expuesto es una realidad social que las masas han aceptado y validado a través de los tiempos, sin embargo, el poder del líder deriva según mi humilde juicio y entender, de una fuente mucho más pura que la que otorga el sobresalir por el simple hecho de ser inteligente, bien parecido o influyente, por el contrario su poder deriva de la veracidad, la honestidad, la laboriosidad, entereza, fortaleza, convicciones firmemente establecidas, así como valores y principios capaces de transformar, innovar y enfrentar el futuro con adaptabilidad, mas no con conformismo.

Ahora bien, ser líder va mucho más allá de aparentar hacer siempre lo correcto o pretender vivir una vida perfecta (si es que esto es posible). Intentar vivir conforme a la filosofía del liderazgo, no es condición sine qua non para ser perfecto y estar exento de fallas y defectos propios del género humano, ya que si algo debemos tener claro es que los demonios internos que acosan a cada individuo a lo largo de la vida (avaricia, excesos, ambición, envidia, corrupción, etc) no dejan de invadir a aquel que es etiquetado como líder, sólo por el hecho de serlo, sino muy por el contrario, las luchas de éste con sus deficiencias personales pueden ser aún mayores, por el solo hecho de “intentar” hacer lo correcto.

La posición del líder como ejemplo y modelo a seguir en cualquier ámbito de su vida, es una posición ganada a base de luchas permanentes consigo mismo y con su entorno, es además un estilo de vida, una trayectoria y leyenda personal sustentada al calor de lo que hace (hacemos) con nuestras debilidades emocionales y espirituales. Mantener coherencia entre lo que se piensa, lo que se siente y lo que se hace es quizás la lucha más importante a la que nos enfrentamos como líderes. Y es precisamente esta parte, la que vamos mejorando paulatinamente en base a nuestras experiencias cotidianas, ya que no existe un manual o recetario de los 10 pasos para ser el líder perfecto, las 24 horas del día.

Sin embargo, decidir transitar por el camino permanente del liderazgo y la excelencia, implica comprender la responsabilidad que descansa sobre nuestros hombros, ya no sólo con nosotros, sino con quiénes nos acompañan y siguen en el difícil camino de guiar y transformar el mundo en que vivimos.

La frase “transformar el mundo en que vivimos” parece un extracto tomado de alguna película fresa o de algún concurso de belleza en el que todo se resume a “hacer de este un mundo mejor” y “luchar por la paz mundial”. Sin embargo, para quiénes “tratamos” de forjarnos un futuro limpiamente, no arrastrándonos, pisoteando a terceros o valiéndonos de corruptelas y maleanterías, y que hemos renunciando al criterio de moda del quítate tu para ponerme yo, cada una de esas palabras adquieren especial significado.

Transformar el mundo en que vivimos…qué sencillo se lee y qué difícil resulta al momento de llevar a la práctica. Y es que…muchos pensarán, esta ilusa idealista, de que nos habla? Transformar un mundo dónde la cortesía es anormalidad? El respeto es debilidad y la humildad tontedad?. Transformar un mundo dónde es mejor jugar vivo por delante, porque el que parpadea pierde y el que come callado come dos veces? Transformar un mundo en el que nuestros destinos se manejan por criterios más económicos que de supervivencia y bien común? Transformar un mundo que para muchos es como es y ser mártir de una causa es simple estupidez. Eso es imposible, me dirán.

Pues, puede que tengan razón, lo cierto es que para el líder, trabajar por un mundo mejor no sólo es posible, sino que se vincula a diario con esta causa.

El líder al que hago referencia, no es necesariamente ese líder de masas, reconocido política y socialmente, sino aquel que se mueve en esferas privadas, en su hogar, en su barrio, en su modesto trabajo, ese líder que se conoce a sí mismo, que sabe lo que puede dar y aquello que aún le queda por mejorar, aquél que sabe que tiene más que una razón individual por la cual existir y trabajar, que sabe que tiene una razón social, una razón humana, un imperativo común que lo mueve e impulsa a luchar desde sus posibilidades no sólo por aquello que lo conmueve (el anciano desvalido o el niño de la calle sin recursos), sino incluso por defender el supremo derecho hasta de quién lo demerita, le hace daño y descalifica. Ése, ese líder posiblemente anónimo, que ha decidido pasar del pensamiento a la acción, y contribuir anónimamente, desde su esquina, desde sus círculos, a transformar este mundo en un lugar un poco más placentero y menos vergonzoso dónde habitar. Aquel líder con un espíritu solidario y continuamente responsable que hace un trabajo incansable por su entorno, diferenciándolo de una simple figura pública, icono de moda o personaje famoso. A ese líder me refiero.

La definición correcta de líder y liderazgo, la dejo para los teóricos, mis vivencias como líder juvenil me han demostrado, que el liderazgo tiene que ver más con acción e ideales (que no es lo mismo que idealismo, aunque estén relacionados), que con pasos, teorías y etiquetas sociales.

Mi experiencia en proyectos de juventud y procesos de participación social, me ha demostrado también que hay una maquinaria imparable en movimiento, líderes en acción, esforzándose no sólo por prestigio y dinero ( aunque ambos son necesarios en la sociedad en la que vivimos), sino por seguir creyendo y hacer creer a otros que hay necesidades que nos son comunes y por las que muchos ya no ven, porque perdieron la fe y frente a lo cual quiénes quedamos, considerándonos líderes o no, estamos llamados a trabajar.

Esta entrega, como continuación del artículo Liderazgo y Juventud, publicado con anterioridad en este blog, espera ser un llamado para todos aquellos que en algún lugar de su espíritu y conciencia albergan aún un criterio de solidaridad y justicia social que les permita desde sus esferas y ámbitos de acción y seguramente de manera anónima contribuir a algo más que trabajar 8 horas diarias por su bienestar personal y el de sus familias.

A esas personas, les invito a experimentar el liderazgo anónimo, aquel que sin importar si se es reconocido o no, transforma nuestro entorno y deja huellas en muchas vidas.

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